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[DOCUMENTO] ¿Qué entendemos por memoria?

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Foto: Sebastián Beltrán. Memorial Estadio Nacional. Agencia Uno.

Los estudios en lo que puede denominarse el universo de la memoria, han tenido en los últimos sesenta años un creciente interés por parte de las ciencias sociales. Cuando la mirada está puesta en los testimonios de aquellos y aquellas que vivenciaron o sufrieron episodios de represión y violencia política, el valor del rescate de esas experiencias cobra un sentido mayor y aparece la urgencia de testimoniar y registrar lo sucedido.

Este interés, por parte de la historiografía, la antropología, la sociología o la psicología, por nombrar algunas de las áreas que mayor foco ha puesto en estudiar las memorias, se relaciona y aparece con motivo de encontrar otras historias, otros relatos, ajenos a la historia oficial. Estas historias paralelas, asumen un rol marginal o han sido silenciadas porque han sufrido los embates represivos de regímenes violentos, donde el autoritarismo y la violación a los DDHH aparecen como mecanismos de exterminio. De este modo, y en específico luego de la instalación de las dictaduras del Cono Sur bajo el periodo 1964-1976 -partiendo por Brasil y finalizando en Argentina-, aparece la urgencia por recoger las vivencias de las víctimas, las experiencias de resistencia y todas aquellas expresiones históricas que sobrevivieron a los embates represivos.

Observamos, entonces, que los estudios sobre memoria se transforman primeramente como un ejercicio de rescate de aquello que fue olvidado o que las historias oficiales han pretendido olvidar. Las y los estudiosos que han emprendido esta tarea observan que la sistematización de estas investigaciones, son parte de un deber ético que busca también ofrecer un relato de los que han sido acallados o no tuvieron el espacio de expresión por ser enemigos del Estado militar. Este deber, es parte de un compromiso con la verdad, no solamente en el espacio jurídico, sino que también con el ejercicio de reconstrucción de la historia.

Un segundo elemento interesante, se relaciona con la concepción de quienes protagonizan los procesos históricos. La historia más tradicional, enfoques dominantes hasta la aparición de la Escuela de los Annales en la década de los treinta en Francia, consideraban a los protagonistas de la historia a los sectores dominantes y todo su arsenal de expresiones políticas, sociales y culturales. En este sentido, la historia había sido un proceso de configuración en base a los intereses y proyecciones del mundo de la élite, cualquiera que sea la sociedad en que nos fijemos. Es así, como los quiebres con esta forma de entender la historia de la humanidad y la sociedad del presente, vino a reconfigurar una nueva forma de recoger y rescatar el pasado. Los estudios sobre memoria son también intentos por democratizar el saber histórico, ya que le dan el espacio a aquellos que no fueron tomados en cuenta; mujeres, niños, pobres, minorías sexuales, afrodescendientes, indígenas, campesinos, revolucionarios y un sinfín de sujetos olvidados, los condenados de la tierra según Franz Fanon, los descamisados para Eva Duarte. Por otro lado, esta reconfiguración también debe considerar a quienes también fueron dejados en los márgenes de la historia por no vivir en las ciudades capitales. No es lo mismo vivir una dictadura en la capital que en otra región del país, por eso la memoria local y/o regional también cobra relevancia en el proceso de reconstrucción del pasado reciente.

Esta memoria está íntimamente conectada con el olvido, con el recuerdo, con la imagen personal de un pasado simbólico, pero también con los procesos colectivos y su conexión con momentos traumáticos o relevantes en el devenir de ese grupo colectivo. Elizabeth Jelin refuerza esta idea del recuerdo colectivo, de la construcción de la memoria, no solo como un acto individual sino también grupal. Jelin señala: “Las memorias individuales están siempre enmarcadas socialmente. Estos marcos son portadores de la representación general de la sociedad, de sus necesidades y valores. Incluyen también la visión del mundo, animada por valores, de una sociedad o grupo. Para Halbwachs, esto significa que «sólo podemos recordar cuando es posible recuperar la posición de los acontecimientos pasados en los marcos de la memoria colectiva […] El olvido se explica por la desaparición de estos marcos o de parte de ellos”(1).

En este sentido, la recomposición de las memorias se trasforma en un proceso simbólico de rescate, de recuperación colectiva de un evento significativo para una sociedad, un acto de justicia como hemos señalado, pero difícilmente puede ser considerado como un acercamiento más efectivo a una realidad, a una verdad celada por las historias oficiales. Como comenta también Jelin, la memoria es más bien una reconstrucción que un recuerdo, y depende, como hemos observado también, del contexto social en el cual esa reconstrucción se va a generar, del contexto temporal en el cual se decide viajar hacia esa memoria. Entonces, lo complejo de su tratamiento, es que se convierte también en una reconstrucción que cambia, que muta constantemente. Adquiere una fisonomía inacabada, puede estar dividida, ser contradictoria y difícil de delinear.

A esta complejidad habría que sumarle su relación con la historia. Si bien es cierto que ambos procesos navegan en el tiempo, y son reconstrucciones con distintas herramientas procedimentales, es posible, como apunta llamativamente Pierre Nora, encontrar distancias insalvables entre una y otra. En primer término, la memoria, para Nora, es un ejercicio vivo que habita en el presente y que es protagonizado fundamentalmente por testigos de época, personas que recuerdan. Así, la memoria está cargada de emocionalidad, sentimiento, vitalidad. Al contrario, señala Nora, “la historia es la reconstrucción siempre problemática e incompleta de lo que ya no es. La memoria es un fenómeno siempre actual, un lazo vivido en el presente eterno; la historia, una representación del pasado. Por ser afectiva y mágica, la memoria sólo se ajusta a detalles que la reafirman; se nutre de recuerdos borrosos, empalmados, globales o flotantes, particulares o simbólicos; es sensible a todas las transferencias, pantallas, censuras o proyecciones” (2).

En tal sentido, trabajar en el rescate de las memorias colectivas de determinados grupos, épocas, lugares o sitios, implica muchas veces la adopción más clara de una postura, de un posicionamiento político muchas veces más evidente que el trabajo historiográfico. No obstante, el riesgo debe afrontarse cuando se busca revitalizar el ejercicio del conocimiento, ampliando las posibilidades de rescatar un pasado que no ha sido tomando en cuenta o dejado de lado. Creemos que es factible, entrelazar con justicia y con una ética disciplinar, las herramientas que nos entrega el trabajo histórico y la riqueza del trabajo con las memorias, de tal manera de acercarnos a un trabajo de la memoria -como refuerza Tzvetan Todorov- en donde se nos permite reflexionar sobre esas memorias y mantener una distancia crítica de la construcción. En ese sentido, “…no hay memorias naturalmente buenas o naturalmente malas, se juzgan en función de su utilización política y ética” (3).

Bibliografía:

(1) Elizabeth Jelin (2002). Los Trabajos de la Memoria. Siglo XXI editores, Madrid, p. 20.

(2) Pierre Nora (2009). Les lieux de mémorie (Los lugares de la memoria). LOM Ediciones, Trilce, p. 20.

(3) Maximiliano Garbarino, “La memoria como fin de la Historia: Una conciencia histórica maniatada”, En:  Pérez, A., Garguin, E. y Sorgentini, H. (Coords.) (2017). Formas del pasado: Conciencia histórica, historiografías, memorias. La Plata: Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, p. 268.

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